viernes, 19 de enero de 2024

Viernes en Ciudad Universitaria 8

 

Se venía a la tarde, ya eran las cinco, ya bañado y comido seguía mi labor de venta de productos de Chapíngo, porque traía quesos que vendía en la Dirección General de Estudios Administrativos, había      dejado una caja con queso seccionados, porque el queso era grande (una “bola”) de entre 3 y 5 kg y se cortaba para poderlo vender más fácilmente, todo partido, con el peso de cada uno y el precio final y una amiga, Lupita, se encargaba de venderlo a todo mundo (los trabajadores de la Dirección) muy rico el queso de Chapingo y me pagaba lo que había dejado el miércoles y el viernes me pagaba todo y así estábamos, porque la gente comía, ellos comían, sus padres, sus hermanos, todos sus familiares o los vecinos les encargaban y entonces no cesaba la compra y siempre llega una caja llena de kilos y kilos de queso que no podía cargar, me tenían que ayudar a bajarlo, después me iba a vender libros de Capingo a las Facultades, Centros de trabajo, librerías ambulantes, puestos callejeros, etc. Lo mismo hacía con las ediciones de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) de la ONU porque teníamos la representación de la FAO en México, en esas épocas fue cuando se empezó a vender el material educativo y de investigación de la FAO, el gancho era un disco para computadora de tres y media que se llamaba Codex Alimentarius y de no vender nada a empezar a vender como locos por todos lados, porque mandaba faxes a empresas Farmacéuticas, Escuelas de Biología, de Química de todas las que podían tener necesidad o que sean referencia al Codex Alimentarius lo hacía también a las escuelas que enseñaron física no sé para qué, parece que usaban las tablas estadísticas que contenía.

Llegó un momento en que tenía que ir a las oficinas de la FAO por más discos de tres pulgadas y media para computadora con el Códex Alimentarius y me decían que ya no tenían, pero les insistía en que me los vendieran porque ya tenía pedidos fincados, y me decía el encargado que los podía duplicarlos y venderlos, así sin los logos de FAO, que me daban autorización.

Vendía el Codex Alimentarius a un precio alto que era superior al que tenía en el catálogo de la FAO pero les incluía libros de Chapingo, entonces realmente pagaban por el paquete, esas son técnicas comerciales que tenía que utilizar porque había silos completos llenos de libros sin vender. Cuando daban las siete de la noche me despedía donde sea que estuviera, dejaba tarjetas por todos lados para hacer contacto de ventas y recibía muchas llamadas o mi secretaria y anotaba los pedidos de leche, queso panela, queso manchego, libros, ediciones FAO y me apoyaba en varias personas para surtir los pedidos conforme a las rutas que ya tenía formadas.


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