Se venía a la tarde, ya eran
las cinco, ya bañado y comido seguía mi labor de venta de productos de Chapíngo,
porque traía quesos que vendía en la Dirección General de Estudios Administrativos,
había dejado una caja con queso seccionados,
porque el queso era grande (una “bola”) de entre 3 y 5 kg y se cortaba para
poderlo vender más fácilmente, todo partido, con el peso de cada uno y el
precio final y una amiga, Lupita, se encargaba de venderlo a todo mundo (los
trabajadores de la Dirección) muy rico el queso de Chapingo y me pagaba lo que
había dejado el miércoles y el viernes me pagaba todo y así estábamos, porque la
gente comía, ellos comían, sus padres, sus hermanos, todos sus familiares o los
vecinos les encargaban y entonces no cesaba la compra y siempre llega una caja
llena de kilos y kilos de queso que no podía cargar, me tenían que ayudar a
bajarlo, después me iba a vender libros de Capingo a las Facultades, Centros de
trabajo, librerías ambulantes, puestos callejeros, etc. Lo mismo hacía con las
ediciones de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y
la Agricultura) de la ONU porque teníamos la representación de la FAO en México,
en esas épocas fue cuando se empezó a vender el material educativo y de
investigación de la FAO, el gancho era un disco para computadora de tres y media
que se llamaba Codex Alimentarius y de no vender nada a empezar a vender como locos
por todos lados, porque mandaba faxes a empresas Farmacéuticas, Escuelas de Biología,
de Química de todas las que podían tener necesidad o que sean referencia al Codex
Alimentarius lo hacía también a las escuelas que enseñaron física no sé para qué,
parece que usaban las tablas estadísticas que contenía.
Llegó un momento en que tenía
que ir a las oficinas de la FAO por más discos de tres pulgadas y media para
computadora con el Códex Alimentarius y me decían que ya no tenían, pero les
insistía en que me los vendieran porque ya tenía pedidos fincados, y me decía
el encargado que los podía duplicarlos y venderlos, así sin los logos de FAO,
que me daban autorización.
Vendía el Codex Alimentarius a
un precio alto que era superior al que tenía en el catálogo de la FAO pero les
incluía libros de Chapingo, entonces realmente pagaban por el paquete, esas son
técnicas comerciales que tenía que utilizar porque había silos completos llenos
de libros sin vender. Cuando daban las siete de la noche me despedía donde sea
que estuviera, dejaba tarjetas por todos lados para hacer contacto de ventas y
recibía muchas llamadas o mi secretaria y anotaba los pedidos de leche, queso
panela, queso manchego, libros, ediciones FAO y me apoyaba en varias personas
para surtir los pedidos conforme a las rutas que ya tenía formadas.
El Dueño Del Dique
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