Llegaba a casa a comer esos
platillos que preparaba mi mamá, pescado a la veracruzana, tortas de camarón,
sopa de pescado, ceviche de pescado, coctel de camarones, tantas cosas
sabrosas, me comía hasta los ojos de los pescados y si tocaba mojarras fritas
era una delicia, hasta la cola frita me comía.
Después venía la tarde y era
de hacer tareas, estudiar, leer mucho y más tarde otra vez ver el programa de
Jorge Saldaña y sus colaboradores que era interrumpido por un partido de futbol
y por la noche acompañar a mis papas a ver nostalgia con cantantes viejos que
cantaban con sentimiento y como aprendía.
Más tarde continuaba leyendo
y haciendo resúmenes, después veía un partido de futbol y el box con mi papá,
esas funciones de box intrascendentes donde lo más importante era compartir un
tiempo juntos.
Los domingos me gustaban
porque en la mañana desayunaba y después me iba con mis hermanas al mercado de
pollos de Arandas, López y comprábamos pechugas, pierna y muslo y regresábamos
a casa, mi mamá nos hacía arroz con
pollo y mole, con un mole casero que preparábamos todos. Había que freír
tortillas y bolillos, tostar diferentes chiles, guajillo, chipotle, morita,
ancho, y otros, tostar ajonjolí, freír también cacahuates y después montar el
molino para moler todo mezclándolo hasta que se hiciera una pasta uniforme,
única y que sabor, inigualable.
Por la tarde iba a tirar la
basura que se había acumulado a un tiradero que había cerca del mercado de la
merced, por la calle de topacio, llegaban algunos camiones de basura a recoger
los carritos de los basureros (encargados de la limpieza de la ciudad). La
tarde caía y la ciudad se entristecía, casi todos los puestos estaban cerrados,
solo las chicas que hacían la prostitución estaban activas todo el día todos los días todo el año, volvía caminando
despacio, pensando en cómo enfrentar la semana.
El dueño del dique
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