En el Balsas o un afluente suyo levantamos una pila de
piedras y en la última anotamos su nombre y dejamos ir en el río la mitad del
ramo de rosas. En Acapulco fuimos a la isla de la Roqueta por la tarde y nos
metimos al mar hasta el pecho, platique una parte de mi odisea por escuchar la
canción, ella me dio la sorpresa y puso en su grabadora Farolero, que no sé como
la consiguió y terminamos mi deseo de homenajearlo, ella lloró, la tomé de la
mano y nos fuimos caminando por la playa.
El fin de semana lo pasamos visitando lugares en que habíamos
estado alguna vez, La Costera, La Colonia Icacos, Playa de Hornos, Puerto
Marqués y otros. Por la noche platicamos las cosas que habían pasado en nuestra
ausencia y como continuarían en nuestra ausencia, ella me confió que escuchaba una vez al año la canción por
la fecha del ataque para recordarme, yo inventé algo parecido para coincidir,
no recuerdo si era cuando abrían las flores o las rosas específicamente.
Recibió una llamada que le pedían se volviera lo más pronto
posible a la ciudad de México para irse de urgencia a Nueva York, la lleve al
aeropuerto y cuando nos despedimos me regalo el cassette que solo tenía grabada la canción de farolero
muchas veces por los dos lados. Me dio un beso y se despidió: hasta la otra
vida farolero.
Allí supe por primera vez lo finita que es la vida y es
cierto, no la he vuelto a ver, ni a saber de ella. En la tarde caminé por la
playa todo lo que pude y por la noche decidí cenar en mi cuarto escuchando la
canción, los rumores del mar y observando la
hermosísima bahía y el cielo lleno de estrellas, imaginando que cada una
tenía un farolero que guiaba a algún enamorado.
El Dueño del Dique.
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